¿Cuántas veces hemos confundido la unidad con la uniformidad? Y no es lo mismo. O ¿cuántas veces hemos confundido pluralidad con pluralismo? Y no es lo mismo. La uniformidad y el pluralismo no son del espíritu bueno: no vienen del Espíritu Santo. La pluralidad y la unidad, en cambio, proceden del Espíritu Santo. En ambos casos, lo que se intenta es reducir la tensión y eliminar el conflicto o la ambivalencia a la que estamos sometidos como seres humanos. Tratar de eliminar uno de los polos de tensión es eliminar la forma en que Dios ha querido revelarse en la humanidad de su Hijo. Todo lo que no asuma el drama humano puede ser una teoría muy clara y distinguida, pero no coherente con la revelación y por lo tanto ideológica.

La fe, para ser cristiana y no ilusoria, debe configurarse dentro de los procesos humanos, sin estar limitada a ellos. También ésta es una hermosa tensión. Es la tarea bella y exigente que nos ha dejado nuestro Señor, “el ya y todavía no” de la salvación. Y esto es muy importante: unidad en las diferencias. Ésta es una tensión, pero es una tensión que siempre nos hace crecer en la Iglesia.

Hay una elección que como pastores no podemos eludir: formar al discernimiento. Discernimiento de estas cosas que parecen opuestas o que son opuestas para saber cuándo una tensión, una oposición viene del Espíritu Santo y cuándo viene del Maligno. Y, por eso, formar al discernimiento.

Encuentro, 25 de marzo de 2017

 

Puede encontrarse el Discurso completo pinchando aquí.

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