Recuerdo la necesidad de formar en el discernimiento de las cosas que parecen opuestas o que son opuestas para saber cuándo una tensión, una oposición, viene del Espíritu Santo y cuándo viene del Maligno. La cultura de la abundancia ofrece un horizonte de muchas posibilidades, presentándolas todas como válidas y buenas.

Nuestros jóvenes están expuestos a un zapping constante: navegar en dos o tres pantallas abiertas simultáneamente, interactuar al mismo tiempo en diferentes escenarios virtuales. Por eso es bueno enseñarles a discernir, para que tengan las herramientas y los elementos que les ayuden a recorrer el camino de la vida sin que se extinga el Espíritu Santo que está dentro de ellos.

En un mundo sin posibilidades de elección, o con menos posibilidades, tal vez las cosas parecerían más claras. Pero estamos expuestos a esta realidad, y como comunidad eclesial debemos incrementar el habitus del discernimiento. Y éste es el reto, pedir la gracia del discernimiento, para intentar aprender y tener el hábito del discernimiento. De pequeños, es fácil que el papá y la mamá nos digan lo que debemos hacer, y eso está bien. Pero a medida que crecemos en medio de una multitud de voces donde aparentemente todas tienen razón, el discernimiento de lo que nos lleva a la Resurrección, a la Vida y no a una cultura de la muerte, es crucial. En la catequesis, en la guía espiritual, en las homilías tenemos que enseñar a los jóvenes, a los niños y a los adultos el discernimiento. Y enseñarles a pedir la gracia del discernimiento.

Encuentro, 25 de marzo de 2017

Se puede encontrar el Discurso del Santo Padre completo aquí.

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