
Con el bautismo recibimos la fe como don gratuito, junto con la esperanza y la caridad. Además, la gracia santificante trae consigo la inhabitación trinitaria, la filiación divina, nuestra pertenencia a la Iglesia, etc. Se trata de la fe como hábito sobrenatural que no se identifica sin más con la fe vivida.
La verdadera vida del creyente es la fe vivida, porque «el justo vivirá de la fe» (Rom 1,13). La fe empieza a ser vivida cuando el centro de la propia existencia queda ocupado por la revelación de Dios en Jesucristo. El cristiano empieza a experimentar a Jesucristo (y con él al Padre y al Espíritu Santo) como persona viva que irrumpe en su vida, llenándola de sentido. Dios se vuelve supremamente importante, más que todas las cosas, más que cualquier vida, incluso que la nuestra. Leer más